Palabras de Patricio Santamaría Mutis, Presidente del Consejo Directivo del Servel en el Funeral de Juan Ignacio García Rodríguez
¿Cómo despedir a un maestro y amigo? …Si, como requiere el poeta Miguel Hernández a Ramón Sije en su Elegía, lo que uno desea es que no se vaya, que vuelva sobre sus pasos, que no nos deje, porque quedaron muchas cosas de qué hablar y también muchas otras tareas pendientes.
Y eso que con Juan Ignacio hablamos mucho, y durante muchos años. Esta andadura y conversación comenzó en el año 1989 a propósito de …unas elecciones, pasión compartida y discutida en jornadas interminables en donde con conocimiento cabal, paciencia de santo, prudencia y auténtica vocación de educador, iluminaba, aclaraba y aplicaba la ley con rigurosidad, de manera que se verificara este acto a la vez idealista y pragmático, inapelable y frágil, como son las elecciones.
En él se conjugaban muchas virtudes, las republicanas sin duda, el apego a los imperativos éticos, el profundo respeto por las posiciones políticas y una profunda fe en Dios y la figura de la Virgen, demostrando sin duda su apego a la sencillez, a la humildad de no aspirar a la figuración o el lucimiento, lo que sin duda conocen en profundidad aquellos que ven en el rostro materno de Dios, como denomina Leonardo Boff a la figura de la Virgen, un ejemplo de discreción pero de profundo compromiso por el bien del prójimo.
Cuando se aprecia su aporte en términos de construcción democrática; de Estado de Derecho; del desafío republicano, he pensado que en Juan Ignacio García se conjugaba la enseñanza del eminente jurista uruguayo Justino Jiménez de Arechaga quien decía que era más fácil hacer instituciones que personas, pero que lo que se necesitaba eran personas. Y es cierto, la preocupación por la consolidación institucional seria intrascendente sino se cuenta con ciudadanos comprometidos con el bien común, responsables de la suerte de las personas y del destino del país.
Me habló de muchas cosas y me enseñó muchas otras. Me habló de los difíciles años del quiebre de la democracia, de la difícil época en que la lucha era mantener el Servicio vivo y la reconstrucción y custodia del Padrón Electoral, aunque sin uso, como un símbolo de que Chile estaba esperando reconstruirla, que no la habíamos destruido ni enterrado completamente. En estos gestos sutiles, que sólo se entienden en todo su significado cuando se observan desde la propia bondad y permanecen cerrados a quienes no comparten humanismo ni muchas veces humanidad con quien los realiza, Juan Ignacio era pródigo y generoso.
La verdadera epopeya del Plebiscito de 1988 era uno de sus máximos orgullos, porque habían sido difíciles retos, habían requerido conciliar voluntades y lograr que todos los actores involucrados creyeran, en mi impresión, a veces más en él que en las instituciones.
De todas estas conversaciones destaco siempre una en que me señalaba la fortaleza que se requiere para ser justo aún en contra de las propias convicciones. Interpretar la ley requiere de lucidez para medir las consecuencias de hacerlo en un sentido u otro y para resistir el embate posterior, pero Juan Ignacio siempre abundó en ambas y supo decir la verdad de frente clara y sencillamente, sin herir, pero sin acobardarse.
No sólo estuvo muchos años en el servicio público, -llegando a ser uno de los compatriotas que quizás se haya desempeñado más tiempo en él- Sí, estuvo muchos años en el Servicio Electoral de Chile y estuvo bien y lo hizo mejor. No solamente realizó bien su trabajo, sino que enseño a otros, no hizo caso de pequeñeces ni de críticas mezquinas y allí en donde estuvo hay personas que lo admiran con afecto genuino y profunda simpatía.
Juan Ignacio supo erigir una respuesta institucional eficiente y abierta al desafío de Estado de hacer efectivo el derecho a elegir y ser elegido, acompañó los procesos que condujeron en definitiva a pasar de un registro electoral del que hablaba la Constitución de 1925 a lo que hoy es el marco jurídico que sustenta la autonomía constitucional del SERVEL y sus nuevas competencias.
Pero nunca perdió de vista el imprescindible aspecto humano de esa gestión, tanto hacia el interior del Servicio como en las relaciones con los actores políticos y sociales.
Donde él estaba, sabía crear un ambiente de calidez, y de algo que hoy nos hace tanta falta, tenía la capacidad de generar espacios de encuentro y de amistad cívica, de lo que seguramente siguió dando testimonio hasta sus últimos días de existencia física en su querido Club de los Viernes.
Te debemos mucho Juan Ignacio, Chile te debe mucho.
Todos estamos conscientes de que él realmente llegó a ser un maestro, en nuestro país, en las Américas y el Caribe y en muchos otros países del mundo, pero, por sobre todo, ha sido unánimemente admirado por ser un hombre afable, accesible, buena persona y mejor consejero. Me enorgullezco de que Juan Ignacio me haya regalado su amistad. También, y de más de una forma, he intentado, no siempre lográndolo, ser una especie de discípulo al compartir profesión y afición. Me siento tributario y deudor de su dedicación y apoyo.
Conocerlo fue una inspiración para mi vida, la hizo mejor y más completa, así como para la de tantos otros y para la sociedad en su conjunto.
Ayer, cuando acompañaba a la familia de Juan Ignacio en su velatorio, le compartí a Ana María la convicción de que hombres como él, no parten, sino que se quedan en la Historia y en el recuerdo de muchos, transformándose en un ejemplo de vida y un desafío para otros.
La última vez que nos vimos fue hace unos días, para las elecciones primarias. Lo invitamos al Centro de Cómputos, donde pudo compartir con los observadores internacionales, y con los funcionarios y funcionarias. Se le veía feliz y se movía como pez en el agua, con diplomacia y encanto…en su elemento. Ese es el rostro que guardo en mi memoria, que atesoro en mi corazón.
Como ayer lo comentábamos con su hermano Ricardo, Juan Ignacio debió navegar en aguas turbulentas, sujeto a las incomprensiones y veleidades de quienes no valoran el desafío de llevar a cabo una tarea de Estado de manera imparcial, equilibrada y transparente que entiende a la política como el sinónimo más apropiado del auténtico servicio público.
Y en esa nave que es el SERVEL. que ciertamente ha navegado y navega en aguas procelosas, sentimos siempre que hay un líder, un capitán que inspiró el proceso que ha llevado a lo que es hoy esta Institución, y que desde su ejemplo nos alienta a seguir adelante, a superar tantas dificultades e incomprensiones, en aras de la misión que se nos ha confiado.
Me permito agradecerle al entrañable amigo haberme invitado a compartir la suerte de esta nave llamada Servicio Electoral de Chile y decirle hoy como escribiera Walt Whitman, “Oh capitán, mi capitán, el puerto está cerca, el barco está seguro, la bandera desplegada, Don Juan Ignacio García Rodríguez: descansa en paz¨
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